El modelo económico agroexportador de Argentina: La economía de fines del siglo XIX.
Columna a cargo de Karen Weisman, Profesora de Historia
Luego de producida la reunificación del Estado y organizado institucionalmente el mismo bajo la lógica liberal, Argentina se acopla al mercado mundial pretendiendo ser un apéndice de la Europa industrializada. Es en este contexto, de acuerdo con la división internacional del trabajo, los sectores dominantes de nuestro país optan por un modelo de crecimiento económico basado en la producción y exportación de cereales, lanas y carnes, cuyo nicho productivo se centra en la Pampa Húmeda, y consumidora de bienes industrializados y capitales, preferentemente, de origen inglés.
Entre 1880 y 1914 los sectores dominantes y gobernantes de argentina, la llamada generación del 80 no vio la necesidad de promover la industrialización, ya que, en el contexto de una economía europea en expansión, el modelo agroexportador se vislumbraba cómo exitoso. No se previo o no se quiso prever que el modelo económico impulsado nos hacía muy permeables a las crisis económicas cíclicas, que el sistema capitalista en general y Europa en particular padecían, haciendo que las economías industrializadas optaran por el proteccionismo económico, perjudicando los intereses de los países agrícolas.
Asimismo, debemos acotar, que en el intercambio de mercaderías los productos manufacturados siempre son más costosos que las materias primas, lo cual provocaba una disminución importante en las posibilidades de crecimiento del país, ya que, el precio de los productos manufacturados que importábamos se elevaba constantemente y el precio de los productos primarios que exportábamos eran muy inestables, tendiendo a la baja con respecto a los productos elaborados. Nuestra cuenta comercial generaba pérdidas.
El desarrollo de la tecnología del frigorífico obligó a mejorar las razas del ganado bovino para adaptarlas al gusto del consumidor europeo. En un principio, cuándo se exportaba la carne congelada, el principal producto cárnico era de origen ovino, la mejora de la tecnología del enfriado, que permitía trasladar la carne sin congelar preservando sus propiedades nutricionales y su sabor, obligó a los ganaderos a refinar el ganado bovino, para producir carne de calidad y en gran cantidad, reservando las mejores pasturas para el engorde vacuno, siendo trasladadas las ovejas a la región patagónica recientemente anexada al estado nacional.
El modelo de desarrollo económico propuesto sólo beneficiaba a la Pampa Húmeda, generando atraso y desigualdad en las demás regiones geográficas que no eran aptas para la producción agroganadera de exportación. Sólo algunas provincias lograron algún tipo de despegue económico, sobre todo, impulsado por el mercado interno cómo, por ejemplo, la industria del azúcar en Tucumán y la vitivinícola en la región cuyana. También debemos destacar que el puerto de entrada y salida de productos por excelencia era el de Buenos Aires. Si observamos el trazado de las vías férreas construidas entre 1880 y 1914 veremos que todas confluyen desde diversos espacios productivos hacia el puerto de Buenos Aires. El ferrocarril, símbolo del progreso, se fue extendiendo gracias a las franquicias que otorgaba el Gobierno al capital extranjero para la extensión de la vía férrea. Aquellas empresas que prolongaban los rieles sobre nuestra geografía tenían aseguradas pingües ganancias gracias a los beneficios que le otorgaba el Estado Nacional.
Otra de las características económicas del período tiene que ver con la solicitud de préstamos externos. Es de destacar que se solicitaron numerosos empréstitos, sobre todo a la banca inglesa, que se utilizaban para inversión financiando el crecimiento, así cómo también para consumo. La planificación insuficiente de los gobiernos de turno, buscando el crecimiento acelerado, provocaba grandes gastos que se cubrían gracias a los préstamos, y, sin esperar a amortiguar la deuda adquirida, se iniciaban nuevos proyectos costeados en base a crédito, lo que dio lugar a un crecimiento exponencial de la deuda externa. También, parte del dinero adquirido a los bancos extranjeros, se utilizaban para pagar los bienes de consumo que se importaban desde los países industrializados europeos, ya que, el precio de los cereales y carnes fue disminuyendo en relación con el precio de las manufacturas, y, en lugar de limitar la importación para mantener equilibrada la economía, ésta siguió creciendo a costa del déficit.
Esta idea impulsiva de modernizar rápidamente y sin planificación de parte del estado nacional tuvo su punto álgido durante la presidencia de Miguel Juárez Celman (1886-1890) quién en un esfuerzo por atraer inversionistas expandió el crédito, aumentó el consumo de bienes suntuarios, habilitó a numerosos bancos para emitir moneda sin respaldo en oro, lo que provocó un aumento desmedido de la especulación, sobre todo de tierras, y una inflación descontrolada. Los sectores que se beneficiaban con esta política económica son los que exportaban y cobraban en oro sus ganancias y luego pagaban salarios con dinero depreciado, siendo los asalariados los más perjudicados.
Esta crisis económica provoca una crisis política que tiene cómo resultado la renuncia de Juárez Celman y su reemplazo por Carlos Pellegrini, quién es caratulado cómo “piloto de tormentas” por las rápidas acciones que adoptó para resolver la crisis económica. Entre las medidas que tomó nos encontramos con la refinanciación del pago de las numerosas deudas adquiridas a la banca extranjera, la reducción del gasto público por medio de la suspensión de obras públicas, la reducción del salario y el despido de empleados públicos y la venta de empresas públicas para obtener divisas. Luego de seis años, a partir de 1896, la exportaciones aumentaron y la inversiones comenzaron a redituar ganancias dejando atrás los años críticos pero continuando con el modelo de crecimiento económico basado en la agroexportación, que beneficia a una pequeña parte de la población, aquella que es poseedora de tierras en la Pampa Húmeda en gran cantidad y que se dedican a la producción ganadera, demostrando una desigual distribución de la riqueza entre las diversas regiones que componen nuestro país, ya que el Estado Nacional no promovió el desarrollo de las economías regionales, así como tampoco elaboró políticas para el bienestar de la población asalariada.
Entre los años 1880 y 1914 una gran cantidad de personas migraron y se instalaron en las tierras argentinas buscando una oportunidad de progreso. Según la generación del 80 existían grandes espacios vacíos que debían ser ocupados por población de origen europeo para propiciar su desarrollo económico. Es así como el estado fomentó la inmigración por medio de políticas de atracción de población originaria del viejo continente. Las oficinas de emigración ofrecían a los interesados, traslado gratuito hasta los puertos argentinos, alojamiento en el hotel de los inmigrantes, traslado en tren hasta su destino, herramientas de labranza y animales de tiro, pactando la devolución de dicha inversión en cuotas a partir de los dos años de residencia. Este sistema se utilizó en las colonias de Santa Fe, Entre Ríos, Córdoba y Buenos Aires, pero dicha política decayó a partir de 1890. Una de las promesas que atraían a los inmigrantes era la posibilidad de acceder a ser dueños de unas cuántas hectáreas de tierra a un costo relativamente bajo, pero, al llegar, se encontraron con la realidad de que la tierra estaba monopolizada en manos de grandes propietarios y que debían trabajar en relación de dependencia en enormes propiedades dedicadas a la agricultura con contratos de aparcería y arrendamiento que no les resultaban para nada beneficiosos.
La gran mayoría de la población inmigratoria optó por instalarse en Buenos Aires, cuya gran cantidad de habitantes contrastaba con la despoblación de las demás ciudades del país. La Capital Federal no estaba preparada para recibir ésta gran cantidad de personas. Carecía de viviendas y obras de infraestructura. Quienes aprovecharon la situación fueron aquellas familias adineradas que abandonaron los barrios del sur, durante la epidemia de fiebre amarilla, y se trasladaron a vivir en los coquetos barrios Norte y Recoleta, alquilando sus antiguos hogares a los recién llegados. Estas propiedades constaban de varias habitaciones y un solo baño. Por el alto costo del alquiler era muy común que una familia o varias personas alquilaran una habitación de dicha vivienda, cocinando y conviviendo en el mismo espacio, sin acceso a agua potable y con una deficitaria ventilación, lo que provocó un sinnúmero de focos infecciosos de diversas enfermedades. Estas viviendas son conocidas popularmente con el nombre de inquilinatos o conventillos.
No obstante, a pesar de las dificultades, algunas familias inmigrantes, en base a mucho esfuerzo y ahorro, lograron acumular un pequeño capital que invirtieron en el desarrollo de pequeños talleres, comercios e industrias, sobre todo, del rubro de alimentos (Molinos Río de la Plata), bebidas (Quilmes) e indumentaria, asimismo se instalaron grandes industrias frigoríficas de capitales ingleses y norteamericanos, quienes imponían el precio a la res de exportación obteniendo grandes ganancias.
La llegada de grandes contingentes de inmigrantes planteó cambios en la estructura social argentina, ya que complejizó a una sociedad que hasta 1880 se dividía en clase alta (dueña de la riqueza, exportadora de materias primas y poseedora del poder político) y baja. A partir de fines del siglo XIX la sociedad se diversificará con la conformación de las clases medias de comerciantes, profesionales, industriales, empleados públicos y pequeños campesinos. Asimismo, con los flujos migratorios llegaron nuevas ideas políticas, anarquistas, socialistas, comunistas contra las cuáles las elites políticas locales lucharán denodadamente en un intento de que nadie cuestione sus privilegios.