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Deporte

La leyenda del equipo de amigos que juega por plata y al que nadie puede vencer

El fútbol en las villas siempre fue una cantera de jugadores, que muchos de ellos, se convirtieron en profesionales, pero otros de igual o mejor calidad, quedaron en el barrio.

Ganancia. Una buena noche representa, cómo mínimo para cualquiera de los jugadores de la Sub 21, embolsar unos 100 mil pesos
Ganancia. Una buena noche representa, cómo mínimo para cualquiera de los jugadores de la Sub 21, embolsar unos 100 mil pesos

04 de Abril de 2025

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Redes

Dale, les jugamos a los dos ¿Qué pensás? ¿Qué, nos vamos a cagar?”. 

Es un desafío, sin dudas, pero también una forma de imponerse. Es un mensaje para delimitar las condiciones. Es que ahí, en el mundo del fútbol de potrero, hay una infinidad de códigos, pero no hay lugar para la tibieza. No se juega sólo a la pelota, es bastante más que eso. Se trata de un estilo de vida, se trata de un medio de vida. No importa el lugar, sólo hay que poner una pelota por delante y apostar fuerte. Cientos de miles de pesos. Una cifra que lo convierta en un trabajo. Es que las oportunidades no son para todos y el fútbol profesional pudo ser una opción, pero resultó demasiado apremiante cuando no había para comer. Entonces, era necesario encontrar otras respuestas y “jugar por guita” se volvió la respuesta a todo. 

“Venite para casa, comemos unas pizzas, tomamos unas cervezas y después salimos para la cancha”. El mensaje de Franco Roldan, uno de los integrantes de la Sub 21, llega a las 21.30 y el destino es Lanús Oeste, a metros del camino de la Ribera Sur. Su presencia fue la carta de ingreso a su barrio, a su universo, ahí donde su gente lo reconoce casi como a una celebridad. Es que Frankito, como lo conocen en el mundo del potrero, no sólo se transformó en una estrella dentro de la cancha por su talento, sino que multiplicó su imagen en las redes sociales (192 mil seguidores en Instagram).

Desde algunas de las casas lo saludan mientras indica por dónde se debe entrar. Sugiere que el vehículo es mejor dejarlo a unos 100 metros porque es complejo ingresar en el sector de su casa, ya que no se puede girar con comodidad y es “un quilombo salir marcha atrás”. Sin dejar de mirar el celular, Franco invita a pasar y del otro lado, aparece en escena otro de los integrantes de la Sub 21, Fanfy (Fabián Orellano) que, aunque a sus 39 años ya no juega al fútbol, es el que se encarga de acordar los partidos, de coordinar las apuestas y de resolver todo tipo de trámites para los “pibes”. 

“Nunca pensamos que íbamos a lograr tanto cariño de la gente. Tampoco que tantos chicos nos podían tener como ídolos, porque nosotros somos pibes de barrio. Cuando llegamos a la cancha nos piden una foto, o que le firmemos una remera, eso es increíble. Nos ven como famosos y somos simples chicos de barrio”. La reflexión de Franco Roldán, de 28 años, podría resultar la de cualquier futbolista de la primera división del fútbol argentino (llegó hasta la reserva en Atlanta), pero no, se trata de uno que se gana la vida jugando por las madrugadas en los potreros.

Tanto Franco como Fanfy están siempre pendientes de los mensajes que reciben en sus celulares. Las propuestas para jugar contra la Sub 21, que está conformada por jugadores que viven en Villa Jardín, Budge, Fiorito y José León Suárez, se multiplican. Es que la semana de trabajo para ellos suele comenzar los jueves y termina los domingos. Aunque la demanda es tan grande que desde hace un par de meses sumaron los miércoles y los lunes al calendario. “Hay muchos chicos que sólo viven de esto y otros además trabajan por fuera del potrero, porque el jugar por plata lo toman como un extra. Pero yo vivo de jugar en el potrero, de la Sub 21. El fútbol de salón lo jugamos, pero es más para entrenarnos, porque los sueldos de los clubes no son muy buenos y ganamos más jugando en el potrero. Muy pocos pueden vivir del futsal. Nosotros ganamos más con la Sub 21 que con un equipo de primera de futsal”, confiesa Roldan, que trabajó en el área de limpieza de un hospital y en una empresa de logística, hasta que las apuestas por su talento en el potrero comenzaron a rendir más que los contratos deportivos o los trabajos bajo relación de dependencia. 

Merlo, Ezeiza, Moreno, Quilmes, General Rodríguez, Temperley… No importa el lugar, se escuchan las ofertas y se acepta el desafío. La Sub 21, ahora, no acepta retos por menos de 350.000 pesos el partido, ya que prefieren jugar más de uno por noche. Ya dejaron los duelos en los que las cifras superan ampliamente el millón de pesos, según cuenta Fanfy y agrega: “Nosotros preferimos organizar dos partidos en una misma noche, con distancias que no superen los 40 minutos entre cada lugar, que jugar por mucha guita. Lo hicimos muchas veces, llegamos a jugar hasta por 4 millones, pero la verdad que eso ya se ponía muy raro”. 

El mensaje de Fanfy es claro, “tenemos unos 50 minutos hasta Merlo”. Franco se encarga de buscar sus botines y la camiseta de la Sub 21. Le manda un mensaje a Ivana, su mujer, para que lo pase a buscar, porque él no sabe manejar. Esa particularidad le saca una sonrisa y lo dispara para contar que entendió que debía dejar de gastar “tanta plata en el baile” y con el dinero que gana jugando en el potrero se tenía que comprar su primer auto. “Siempre le digo que tiene que aprovechar este momento, porque no dura para siempre”, relata Fanfi. 

Mientras caminan por su barrio se respira un aura de respeto por ellos. Los más jóvenes se animan a soltar alguna broma, Franco y Fanfy levantan la mano sin dejar de mirar el celular. Necesitan establecer cuánto dinero van a recibir de la venta de entradas del partido que van a jugar en el Club Avellaneda, en Merlo. Porque ellos, como son unos de los equipos más convocantes del circuito del potrero (Los pibes de Fiorito también mueven mucha gente), suelen imponer las mejores condiciones a la hora de repartir el dinero. “Muchos quieren jugar en la Sub 21. Al que vos le preguntes te va a decir que sí quiere jugar con nosotros. Los demás eligen a los mejores de otros equipos para jugar con nosotros. Hay veces que sacan jugadores de otros barrios para enfrentar a la Sub 21, nosotros somos siempre los mismos. Somos todos amigos. La gente se acerca para vernos, incluso, los que no son de nuestro barrio”, cuenta Franco mientras atiza su cigarrillo.

No hay previas, no hay concentración, cada uno va a la cancha por su cuenta. Se acuerda un horario, por lo general media hora antes de cada partido, y ahí se resuelve todo: se cambian en el piso y la charla técnica se democratiza. La propuesta para jugar contra El pasillo, un equipo de Merlo, era por 350.000 pesos. Un partido complicado para la Sub 21 porque los habían enfrentado otras dos veces y no habían podido ganarles. Sin embargo, cuando aparecieron en escena Frankito, Leka, Caño, Diente, Ema, Maxi, Alan y Jere, con toda la gente que acompaña a la Sub 21, se prendieron los radares de otros apostadores que querían desafiarlos y ponían plata a mano de La Cantera, otro de los equipos fuertes de la zona. 

“Ojo que nos quieren jugar los de La Cantera por 850 lucas. Ojo”, se escucha a Fanfy. Él es el que se encarga de la organización y los acuerdos económicos. Y lógicamente se generó un revuelo, porque El Pasillo había ofrecido jugar por menos dinero. Entonces, se planteaba la chance de cambiar de rival. Gritos, algunas amenazas de irse a las manos con los organizadores y promesas inquietantes inundaron la escena. Los muchachos de El Pasillo querían jugar y no ser desplazados. Y cuando se trata de ego deportivo, parece que en el potrero eso se soluciona con dinero. Entonces la apuesta que arrancó en 350.000 pesos, después de un par de llamados y de revisar las billeteras virtuales en los teléfonos, creció hasta los $950.000. 

La pulseada por jugar contra la Sub 21 se volvió intensa. El partido que estaba pautado para las 0.30 con El Pasillo tuvo que esperar un rato y después de un par de minutos de debate entre los integrantes del equipo se resolvió jugar contra los dos equipos. No es un detalle menor determinar si se aceptan los desafíos, hay mucho dinero en apuestas. Para entender: no sólo se pone en juego la plata que se establece entre los equipos, sino que hay que responder a la que aportan los sponsors (personas de su entorno que aportan dinero para completar la bolsa) y defender las apuestas de los propios jugadores. Además, se debe atender a los desafíos económicos que se establecen por fuera del partido. Muchas veces los apostadores son conocidos de los que juegan. Entonces, los actores en esta historia son demasiados y, en Merlo, la Sub 21 debía respaldar casi dos millones de pesos. Eso se resolvió bastante rápido y la pelota se puso en el medio de la cancha. 

“Nosotros arrancamos jugando con cinco amigos. Después nos siguieron otros y hoy nos respetan en todos lados. Lo que comenzó como una actividad para jugar por algo de plata y darle sentido al partido, ahora se convirtió en un trabajo. Entonces, empezamos a andar por todos lados y no había un no puedo. Ni la familia, ni los cumpleaños ni las mujeres eran una excusa. A las 5 de la mañana en Luján, ahí vamos, a las tres de la tarde en Berazategui, nos juntamos en el lugar para jugar. Así nos fortalecimos como grupo, muchos logramos crecer personalmente y lo tomamos como un trabajo y gracias a Dios no está yendo bien”. La reflexión de Leka, Leandro Argüello, pone en contexto de qué se trata ser parte de la Sub 21 y por qué se convirtió en uno de los equipos más buscados para medirse. Ojo, sus rivales saben que ganarles implica escalar en el mundo del fútbol de potrero, lo que hace que los duelos se coticen de otra manera. 

Dentro de esos códigos que se manejan entre los que participan de este tipo de encuentros, los horarios son la clave. Todo sucede en las madrugadas. Las jornadas suelen arrancar pasadas las 23 y, por lo general, para ver a la Sub 21, hay que esperar hasta pasada la medianoche. Como sucedió en esta cita en Merlo. El primer partido con El Pasillo arrancó cerca de la una de la mañana, porque había que reunir el dinero y definir cómo entran en la apuesta cada uno de los jugadores y cómo lo hacen sus sponsors. A nadie le importó que el segundo partido pudiera arrancar pasadas las 3 de la mañana, hay demasiado en juego como para tener sueño. 

Todo sucede al mismo tiempo, van y vienen los billetes, se escuchan los alias para las transferencias, se consultan cuánto va a poner cada uno y varios de los que en unos minutos más van a estar insultando a todos los integrantes de la Sub 21, se les acercan a Frankito, Leka o Caño (Maximiliano Fleita), para sacarse una foto o pedirles que les firmen sus camisetas. Es que son verdaderas estrellas del fútbol de potrero. En la cuenta de Instagram del equipo tienen 252 mil seguidores, algunos de sus partidos en Youtube alcanzaron las 192 mil reproducciones (en especial los que jugaron contra Los pibes de Fiorito) y hasta se venden sus camisetas, pantalones y gorras en la feria de La Salada y en algunos locales de Flores. Incluso, Leandro Paredes, el volante de la Roma, el campeón del mundo con la selección argentina, habló en un vivo de Instagram sobre ellos: “El baby por plata, eso me gusta. Ahí se juega de verdad. Esos de la Sub 21 juegan bien”.

En ese contexto de popularidad la Sub 21 quedó en el medio de una leyenda urbana y la fama del equipo que no perdía nunca llegó a oídos de futbolistas de élite y así se dio un partido ante algunos jugadores de la selección argentina, la que dirige Lionel Scaloni. Según cuentan fue antes del Mundial de Qatar, en Villa Caraza, en Lanús, en el club San José. El desafío surgió por algunos conocidos en común y la idea era jugar por un asado, algo más lúdico. Sin embargo, las bromas crecieron y la propuesta fue medirse con 100 mil pesos en el medio. Los muchachos de la Sub 21 apenas llegaban a juntar 60, se aceptó igual el reto y el mito habla de un 7-4 a favor de los muchachos… del potrero. Ellos no desmienten la historia, aunque resulte difícil de aceptar como real. 

Todo se magnifica cuando se trata de jugar contra la Sub 21. La condición de equipo a vencer implica acceder a mejores recompensas económicas. Una buena noche representa, cómo mínimo para cualquiera de los jugadores de la Sub 21, embolsar unos 100 mil pesos. Incluso, Caño cuenta que una semana productiva le puede ofrecer más de 400 mil pesos. Y si hay algo claro en el equipo es que se trata de una suma igual para todos los integrantes del equipo. Es más, Leka contó que los que se lesionan también reciben su premio cuando el equipo gana. “Si ganamos 100 lucas o un millón, se divide entre los que somos. Se lleva lo mismo el que hace 10 goles como el que está en el banco. La Sub 21 es una familia”, cuenta Leka. Uno o dos partidos por noche, cuatro veces a la semana. Un negocio muy rentable. Como ejemplo, en Glew, en Villa París, contra Los Lagartos, cuando se jugó por 2 millones de pesos. Un solo partido, ocho jugadores: casi 175.000 pesos por cabeza, ya que el 70% de la apuesta es para ellos. 

Es tan significativo el alcance de la Sub 21 que hasta viajaron a Mar del Plata, Santa Fe… y por primera vez se subieron a un avión para ir a jugar en Comodoro Rivadavia: “Fuimos en avión, nunca pensé que iba a viajar en avión. Capaz que un equipo de la D viaja en micro y nosotros fuimos en avión. Nunca me había subido a uno y lo logramos con la Sub 21. Nos mirábamos entre todos y no lo podíamos creer”, contó Frankito y se le iluminaron los ojos, una clara muestra de que su asombro todavía está latiendo. 

Eso de emocionarse se termina rápido, porque dentro de la cancha no hay cara de buenos amigos. Cada uno “defiende la suya”. Y hasta se transforma en una actividad de riesgo para algunos como, por ejemplo, el árbitro. Por lo general lo consigue el club que organiza el partido y suelen dirigir por una cifra muy menor a la que se apuesta. En Merlo, para los duelos de la Sub 21 con El Pasillo y La Cantera, se le pagó menos de 40 mil pesos. Y las decisiones ahí no se salvan con el VAR, no hay alambrado que cuide nada, ni hay policía que controle las tensiones, ahí se regulan los humores a pulso y muchas veces eso termina mal. Tanto que en los dos partidos, el árbitro se tuvo que poner hielo en uno de sus pómulos al llegar a su casa porque dos “muchachos” le hicieron saber, de muy mala manera, que no estaban de acuerdo con una de sus determinaciones. 

No es fácil jugar en el potrero, hay mucha plata corriendo al costado de las canchas. Y las cosas, por lo general, se resuelven con pocas palabras. “Cuando el clima se pone medio complicado, como nos pasó varias veces, es preferible dar la mano, a que uno de nosotros termine lastimado o que nos amenacen. Nosotros siempre tratamos de ir con respeto y queremos jugar, ganar plata y divertirnos. Es verdad que te insultan, te escupen, pero son los mismos que después te piden una foto. Lo que menos queremos nosotros es terminar mal. Siempre buscamos que las cosas se tranquilicen”, reconoce Leka, que suele ser uno de los jugadores picantes de la Sub 21, pero que concilia rápidamente. 

La presión es total, no existen las comodidades a la hora de entrar a la cancha. En el club Avellaneda uno de los laterales tiene alambrado, lo que facilita, de cierta forma, mantener las dimensiones del campo de juego. Pero por lo general el rectángulo se reduce considerablemente cuando la pelota rueda: los hinchas comienzan a meterse dentro de la cancha y achican las dimensiones. Incluso, los jugadores suelen chocarse con los espectadores cuando tratan de avanzar. Es más, contra la Sub 21, es una “estrategia” para evitar que puedan desplegar su juego. “Acá hay que rebuscarse para tratar de salir contento y ganar el partido. Dentro de la cancha se puede agarrar al rival, hay patadas, todo está al límite. Te pegan de todas las formas, te rompen las camisetas... Nosotros vamos siempre de visitante y la gente se empieza a meter adentro de la cancha y te achican los espacios para que no puedas jugar cómodo… Vale todo, con respeto, pero vale todo”, cuenta Leka.

Los billetes se cuentan a la vista de todos. No hay miedo a que alguien quiera quedarse con lo que no es suyo. Ahí los códigos son claros: es un negocio para todos y una mala jugada puede derrumbar el asunto. Entonces, a nadie se le ocurre irse sin pagar. Si sucede, “todo se sabe acá y se lo marca para siempre”, se escucha decir a uno de los jugadores de El Pasillo. Entonces, a la hora de pagar aparecen fajos de pesos y cuando el papel se acaba arrancan las transferencias, que deben ser menores a un monto determinado. Los acuerdos se respetan sin chistar. 

La camaradería no corre. Hay que jugar y la Sub 21 no quiere perder ni un centavo. Esta vez, lo consiguieron. Resultó una jornada perfecta. “Casi 140 lucas por pera”, se le escuchó decir a Frankito. Es que se quedaron con los dos partidos, terminaron de jugar a las 4 de la mañana y no importó el cansancio ni que el fin de semana les esperan otros cuatro partidos más. Después de dos batallas, llegó el momento de destapar algunas cervezas, fumar, de sacarse fotos entre ellos para subir a las redes sociales, de los abrazos, de sentarse en el piso de la cancha sin remera, de sacarse los botines y de organizar los próximos pasos. 

Se apagan las luces de la cancha principal del Club Avellaneda. Invitan a salir pero “todos juntos” porque ya no queda gente dando vueltas sobre Antequera y tampoco sobre José León Suárez, en lo profundo de Merlo. “Vamos todos los coches para salir al acceso Oeste”, sugiere Fanfy, que unos metros después de haber emprendido la salida, advierte que es mejor apurar la marcha “porque vienen dos motos que están choreando”. Se cuidan todos los detalles, es necesario siempre estar atento porque el negocio tiene que seguir girando. Formar parte de este circuito del fútbol nómade, con cierto tinte marginal, es una forma de ganarse la vida. “Una buena alternativa para salir de pobre jugando a la pelota”, suelen repetir muchos. Tan sencillo como eso.

Todo sucede en las madrugadas. Las jornadas suelen arrancar pasadas las 23 y, por lo general, para ver a la Sub 21, hay que esperar hasta pasada la medianoche

Ganancia. Una buena noche representa, cómo mínimo para cualquiera de los jugadores de la Sub 21, embolsar unos 100 mil pesos