La extensión de la frontera agrícola y la "Conquista del desierto"
El fin del dominio de los pueblos originarios.
La región pampeana argentina tenía ventajas que la convertían en una tierra óptima para el desarrollo de la agricultura y la ganadería destinada a la exportación. Además de la fertilidad de la tierra y un régimen de lluvias adecuado, es poseedora de un clima invernal mucho más benigno que las llanuras norteamericanas y canadienses lo cual la trocaba en un lugar inmejorable para la instalación de diversas explotaciones agroganaderas trabajadas por mano de obra inmigrante de origen europeo. Siempre dependientes del mercado extranjero, especialmente el británico, la agro ganadería se fue moldeando de acuerdo con las necesidades de la industria británica.
Desde los inicios de la conquista, los habitantes originarios de la pampa (denominados genéricamente indios pampas o simplemente pampas) habían resistido, con mayor o menor éxito, el avance del hombre blanco sobre sus tierras. Los vaivenes de la organización nacional vivenciados entre la Revolución de Mayo en 1810 y la caída del régimen rosista en 1852, no permitieron la incorporación efectiva del territorio pampeano y patagónico al estado nacional salvo algunos avances puntuales, cómo ser la campaña encabezada por Juan Manuel de Rosas entre 1833 y 1835.
Podemos afirmar que durante la mayor parte del siglo XIX existía una extensa frontera interior que dividía a las tierras ocupadas por los blancos de los territorios indígenas. Ésta amplia división que se extendía desde el sur de las provincias de Santa Fe, Córdoba, Mendoza y desde el centro de la provincia de Buenos Aires, es caracterizada por ser frontera permeable a lo largo de la cuál convivían blancos y originarios, de forma mas o menos pacífica, desarrollando actividades comerciales que beneficiaban a unos y otros. Los pueblos originarios, de características nómades, habían desarrollado una extensa red de comercio, sobre todo de ganado en pie, con Chile y, a su vez, los comerciantes blancos, les vendían a los pampas productos necesarios para su vida cotidiana. Esta convivencia pacífica se veía interrumpida cuándo, en épocas de escasez o necesitando cabezas de ganado para comerciar con el vecino país, se producían los temibles malones que asolaban los pueblos y las estancias en la zona fronteriza, en dónde además de ganado, los indígenas se apropiaban de mujeres y niños cautivos.
Hacia el año 1835, proveniente de la Araucanía chilena, arriba Calfucurá, quién derrota y somete a los pampas y, con la aprobación de Juan Manuel de Rosas, se instala en lo que se conoce cómo Salinas Grandes (sudoeste de la provincia de Buenos Aires, sudeste de la provincia de La Pampa) controlando el comercio con Chile. Cuando se produce la caída de Rosas, en la batalla de Caseros el 3 de febrero de 1852, Calfulcurá, aprovechando la desorganización y los conflictos internos que provocaban una falta de vigilancia en las zonas rurales, reunió a las principales tribus indias y organizó la Confederación Indígena de las Pampas que, a partir de 1852, asolaban con sus malones a los campos bonaerenses y los de la Confederación Argentina, haciendo retroceder la frontera. Calfulcurá es el señor de las Pampas hasta su muerte, en el año 1872. Su deceso se produce cuándo el gran cacique inicia una serie de ataques a diversas poblaciones del interior bonaerense y, cuándo estaba en retirada, es vencido y herido de muerte. Es sucedido por su hijo Namuncurá, pero éste no pudo mantener la unidad de las diversas parcialidades indígenas.
Cuando produce la unión definitiva del país y se comienza con el proceso de organización nacional, también comienza a transformarse la economía argentina. Dependiendo siempre del mercado británico, desde fines del rosismo hasta 1883, se produce el ciclo del lanar, en dónde, se extiende la mestización y el mejoramiento de las razas de las ovejas para mejorar la calidad de las lanas que requería la industria inglesa. Asimismo, comienza una reorganización del campo procediéndose al alambrado de las diversas propiedades para cuidado del ganado, provocando diversas transformaciones en las costumbres de la vida rural.
En el año 1846 Inglaterra, autoriza la libre entrada de cereales, lo cual provoca el desarrollo de la agricultura en las llanuras argentinas. En principio la modernización agrícola se produce en el Litoral y desde allí se fue extendiendo a la llanura pampeana, logrando para finales de la década de 1870, el autoabastecimiento de cereales y una creciente cantidad de toneladas destinadas a la exportación.
También, a fines de la década de 1870, los franceses desarrollaron la técnica del congelado de carnes que permitía le exportación de reses hacia Europa. Inglaterra mejoró la técnica del congelado y avanzó hacia el enfriado que permitía que la carne atraviese el Atlántico y llegue a Europa en óptimas condiciones para el consumo. Ante este avance técnico, Europa en general e Inglaterra en particular, exigían carnes de excelente calidad, es así que comenzó un proceso de mestizaje y mejoramiento del ganado vacuno para optimizar la calidad de la carne, desplazándose al ganado lanar.
Para poder seguir con las transformaciones económicas se necesitaban ampliar la cantidad de tierras disponibles para el desarrollo agrícola y ganadero. A su vez, la región patagónica era pretendida por Chile, lo que hacía urgente incorporarla al Estado Nacional.
Para poder incorporar las tierras productivas y la región patagónica en dónde estaban asentados los pueblos originarios, existían dos visiones contrapuestas. La primera es la opción de poblar y colonizar, que consistía en instalar a lo largo de la línea de frontera interna, poblaciones blancas, custodiadas por fortines, que paulatinamente lograran cambiar la cultura de los pueblos originarios e incorporarlos a las costumbres de los blancos. La otra alternativa era la conquista y exterminio de las poblaciones originarias, ya que eran vistas cómo un escollo en el avance la “civilización”.
En agosto de 1867, bajo la presidencia de Bartolomé Mitre, la ley 215 ordena extender la frontera interior hasta los ríos Negro y Neuquén, pero la campaña no se materializa por estar embarcada la Argentina en la Guerra del Paraguay. Durante la presidencia de Nicolás Avellaneda (1874- 1880) su ministro se guerra Adolfo Alsina presenta un plan que consistía en un avance gradual de la frontera, acorde a la idea de poblar y civilizar, mediante la construcción de sucesivas líneas de fortines, comunicados por medio del telégrafo y unidos por una zanja que impediría que los indígenas puedan escapar llevándose ganado vacuno y caballar. Namuncurá, enterado de los planes del gobierno Nacional reorganiza a los pueblos indígenas y lleva adelante una gran invasión, sin embargo, el plan de Alsina logra ejecutarse y avanza en la ampliación de la frontera. Los pueblos indígenas, comandados por Namuncurá insisten en sus ataques y logran cruzar la línea de fortines, Alsina es duramente criticado y pasa a la ofensiva iniciando acciones sobre el territorio indígena obligándolos a replegarse hacia el sur.
En el año 1877 muere Alsina y Julio Argentino Roca es designado ministro de Guerra. Por su intermedio el Congreso autoriza mediante la ley 947 la campaña ofensiva planificada por Roca que terminaría definitivamente con el “problema del indio”. Según la ley mencionada la campaña militar estaría financiada por la venta anticipada de las tierras apropiadas a los pueblos originarios.
El plan se desarrolló en dos etapas. En la primera se atacaría de forma sorpresiva y simultánea diversas tolderías, desarmando a los contingentes armados con lanzas, que peleaban, en forma desigual, contra soldados provistos con fusiles Rémignton. En esta primera ofensiva mueren los caciques Pincén, Catriel y Namuncurá. En una segunda fase cinco columnas avanzarían a lo largo de la línea del Río Negro para incorporar definitivamente la Patagonia al territorio nacional arrinconando a las tribus rebeldes contra la cordillera de los Andes. Finalmente, el 11 de junio de 1778 Julio Argentino Roca llega a la confluencia de los ríos Limay y Neuquén. Luego de estas ofensivas 1300 guerreros fueron muertos y cerca de 14.000 indígenas fueron tomados prisioneros. Algunos caciques resistieron algunos años más pero su suerte ya estaba echada, perdiendo sus tierras y su forma de vida.
Lo que sucedió, finalizada la campaña al “desierto” dista mucho de ser un ejemplo de “civilización” por parte del hombre blanco. Los indígenas vencidos a quiénes se los calificaba cómo “bárbaros” o “salvajes” fueron obligados a trasladarse caminando y encadenados hasta Bahía Blanca y de ahí eran embarcados hacia el puerto de Buenos Aires. Cuando llegaban a destino, las familias eran separadas, los hombres, en algunos casos, fueron llevados prisioneros hacia la isla Martín García y, otros, junto con mujeres y niños, por intermedio de la Sociedad de Beneficencia, eran entregados a familias de blancos que así lo solicitaran para transformarse en servidumbre.