70
Editorial

La organización del Estado Nacional y la Triple Alianza

Columna a cargo de Karen Weisman, Profesora de Historia

Conociendo nuestra historia
Conociendo nuestra historia

24 de Febrero de 2024

Visitas: 634

Redes

Luego de la batalla de Pavón, en la que se enfrentaron la Confederación contra el ejército bonaerense, la unificación nacional se produce bajo la hegemonía porteña. Los presidentes que tuvieron la responsabilidad de organizar institucionalmente a nuestro país, de acuerdo con lo que establecía la Constitución Nacional, fueron Bartolomé Mitre (1862- 1868) Domingo Faustino Sarmiento (1868- 1874) y Nicolás Avellaneda (1874- 1880).

Los presidentes nombrados, siguiendo los ideales del liberalismo, buscaban imponer un Estado Nacional fuerte, cuyo poder radicaba por ser reconocido cómo la autoridad suprema y legítima. La autoridad del gobierno nacional era constantemente puesta en cuestión por los caudillos federales entre los cuáles podemos nombrar a Vicente Peñaloza “el Chacho” que junto a sus milicias rechazaba el poder que emanaba desde Buenos Aires, respondiendo el gobierno nacional con una serie de campañas represivas cuyo resultado fue el asesinato de “el Chacho” y el fusilamiento de numerosos miembros de su tropa. Simultáneamente el estado nacional impuso su soberanía sobre las provincias y se encaminó a terminar con la frontera que separaba el territorio de “blancos” e “indios”.

Para las elites gobernantes de la época “civilizar es poblar”. Es decir, a su entender, el territorio argentino era considerado un “desierto” ya que estaba prácticamente despoblado. Las poblaciones originarias y mestizas no eran consideradas “civilizadas”, y eran percibidas cómo poco afectas al trabajo y a la instrucción. Los presidentes anteriormente nombrados buscaban culturizar de acuerdo con el modelo europeo o norteamericano, por lo que se fomentó la inmigración europea para extender lo que consideraban la civilización y promover el desarrollo económico. Asimismo, se extendió la educación a través de la construcción de escuelas y la instrucción del magisterio. 

Para impulsar el desarrollo económico se fomentó la inversión extranjera y se dio prioridad al desarrollo agrícola y ganadero destinado a la exportación, asimismo se buscó la rapidez en las comunicaciones a través de la construcción de ferrocarriles, caminos, puentes y puertos.

Una cuestión que las elites gobernantes no pudieron resolver es el emplazamiento de la Capital Federal. Si bien la ciudad de Buenos Aires era el sitio elegido para ser nombrada cómo capital, la Legislatura Porteña rechazó la propuesta del presidente Bartolomé Mitre de federalizar la ciudad, de esta manera el gobierno nacional se instaló en la urbe portuaria en calidad de “huésped” hasta que se finiquitó definitivamente el tema en el año 1880.

En cuánto a las relaciones exteriores, en el período que comprende la organización nacional, los gobiernos nacionales de turno impulsaron el fortalecimiento vincular con las potencias europeas que en ese momento estaban encabezadas por Inglaterra y Francia. Asimismo, urgía terminar de definir los límites con los países colindantes cómo Chile y Paraguay y, además, sobre todo durante la presidencia de Bartolomé Mitre, se buscó que argentina mantenga y acreciente la supremacía sobre la cuenca rioplatense.

Entretanto los países latinoamericanos firmaban diversos tratados y acuerdos de cooperación americanista en defensa de la soberanía de los estados de la región ante las incursiones armadas de las potencias europeas, y, además, buscaban fortalecerse frente a la expansión territorial que Estados Unidos impulsó anexándose los territorios mexicanos de Texas, California y Nuevo México. Estas acciones que incentivaban la unión latinoamericana fueron rechazadas por el presidente Mitre al decir que Argentina estaba identificada con Europa y se opuso a la firma de cualquier tratado continental aduciendo que cada país debe “bastarse a sí mismo” y si necesita algún tipo de auxilio se deben evaluar las circunstancias e intereses de cada país. Ante tamaña demostración de “solidaridad” con los países hermanos no nos puede extrañar que Bartolomé Mitre alentara una terrible guerra para fortalecer la preponderancia argentina sobre la cuenca del Plata. Dicho conflicto bélico es conocido cómo Guerra de la Triple Alianza o Guerra del Paraguay.

Cuando en mayo de 1810 se instala la Junta de Gobierno en Buenos Aires, inmediatamente se informa este acontecimiento a todas las regiones que conformaban el antiguo Virreinato del Río de la Plata. Paraguay se niega a ser parte de el movimiento revolucionario y permanece fiel al Consejo de Regencia Español. Las expediciones militares comandadas por Manuel Belgrano fracasan en su intento de incorporar por la fuerza al Paraguay a las Provincias Unidas del Río de la Plata, y, tras varios conflictos internos, se produce un proceso independentista, que permite que Paraguay se administre de forma autónoma desde mayo de 1811. El Congreso Paraguayo designa en 1814 a José Gaspar Rodríguez de Francia como dictador de la república, nombrándolo posteriormente dictador perpetuo, gobernando de forma autocrática hasta su muerte en septiembre de 1840. Su gobierno se caracteriza por lograr la estabilidad política del país (a costa de reprimir a toda oposición) mientras que en la actual argentina nos estábamos desangrando en una guerra fratricida entre Unitarios y Federales.

En el año 1844 Carlos Antonio López es designado cómo presidente por el Congreso del Paraguay. López continuó la lucha por el reconocimiento de la Independencia de su país, que se sentía amenazada por la negativa del gobernador de Buenos Aires, el poderosísimo Juan Manuel de Rosas, de considerarla. Asimismo, estrechó lazos con Europa muy importantes para el desarrollo del país mediterráneo. Durante esta etapa el gobierno paraguayo impulsó la educación y la cultura (prácticamente no existían analfabetos), creó la Flota Mercante, con ayuda de técnicos europeos se construyó el primer astillero y “la fábrica de hierro” en Ybicuí, impulsó la construcción del ferrocarril y la extensión de líneas telegráficas, prácticamente todo Paraguay estaba comunicado. No existía la concentración de la riqueza en manos de los terratenientes, todos los campesinos que quisieran trabajar tenían acceso a las tierras para cultivar, no había esclavos. Tras la muerte de Carlos A López lo sucede su hijo Francisco Solano López quién pudo negociar con diversas compañías inglesas la venta de tecnología necesaria para impulsar el crecimiento industrial del país. Todo esto se logró sin tener que solicitar ningún préstamo a la banca extranjera. Paraguay no tenía deuda externa.

Paraguay sostenía conflictos limítrofes con Brasil, por la zona del Matto Grosso y las Misiones, y, con Argentina disputaban la región del Chaco, y, territorios de Corrientes y Misiones. Asimismo; al ser un país sin costas marítimas, Paraguay necesitaba una salida al mar, por medio de la libre navegación de ríos interiores que estaban dentro de los territorios de los países con los cuáles mantenía controversias por la delimitación de las fronteras. Simultáneamente, Brasil y Argentina, luchaban por detentar la hegemonía en la cuenca rioplatense, ante este escenario, el presidente paraguayo, Francisco Solano López, se comprometió a resolver los problemas de límites y establecer un nuevo equilibrio de poder en la región, pero los países en conflicto descartaron dicha intervención. 

El modelo de crecimiento económico paraguayo, proteccionista, interventor, independiente de los capitales externos, molestaba al Brasil esclavista, a la argentina terrateniente, y al Imperio Británico que, de acuerdo con la división internacional del trabajo, pretendía que los países latinoamericanos fueran proveedores de materias primas, consumidores de productos fabricados en las islas británicas y dependientes, a través de la solicitud de préstamos, de la banca inglesa.

Sería muy extenso explayarse en los inicios de la guerra del Paraguay, invito al lector a investigar más sobre el tema al que considero apasionante, pero podemos resumidamente, indicar que el inicio de la lucha armada fue provocado por un conflicto político en Uruguay, en el cual Brasil intervino invadiendo territorio oriental, ante lo cuál Paraguay, pide autorización para pasar con sus tropas por la provincia de Misiones para enfrentarse al imperio brasileño. El presidente Bartolomé Mitre deniega dicho permiso, forzando a que Francisco Solano López declare la guerra a la Argentina.

Ante el avance paraguayo, los gobiernos de Argentina, Uruguay y Brasil mantuvieron una serie de conversaciones que dieron nacimiento al Tratado de la Triple Alianza el 1° de mayo de 1865, mediante el cuál se comprometían a luchar hasta derrocar a Francisco Solano López y fijaban los límites con Paraguay.

Mitre pensaba que la guerra iba a extenderse por unos meses, confiaba que la población paraguaya estaba dispuesta a derrocar a Solano López, a quién consideraba un dictador autoritario. Nada más lejos de la realidad, los paraguayos lucharon codo a codo junto su presidente para preservar su libertad. Las acciones armadas se extendieron a lo largo de cinco años, culminando cuando las fuerzas del la Triple Alianza entraron en Asunción en enero de 1869. 

Paraguay quedó arrasado, el noventa por ciento de la población masculina murió, sólo sobrevivieron los varones que eran muy jóvenes o muy viejos para pelear, se destruyeron los altos hornos de Ybicuy, las líneas férreas y telegráficas fueron destrozadas. Al finalizar la guerra, Paraguay no solo perdió una porción importante de su territorio, si no que, además, se endeudó con la banca inglesa.

 Para los países “vencedores” la victoria fue costosa. En el caso de Argentina, la guerra produjo innumerables pérdidas de vidas humanas, recrudeció el conflicto con los caudillos federales ya que los habitantes de las provincias se negaban a colaborar con el ejército argentino ya que consideraban a los paraguayos cómo “hermanos”, además se incrementó considerablemente, al igual que en Brasil y Uruguay, la deuda con la banca británica que de esa manera acrecentó su dominio sobre la región

Para las elites gobernantes de la época “civilizar es poblar”. Es decir, a su entender, el territorio argentino era considerado un “desierto” ya que estaba prácticamente despoblado